Álvaro Obregón, D.F.
24 de diciembre de 2002
24 de diciembre de 2002
Es de noche, estoy en la azotea de mi casa con una mujer morena que conozco y no conozco. El cielo está repleto de nubes negras. Comienza a temblar.
- Pero si en Monterrey no tiembla, por esa onda de las placas tectónicas.
La gente comienza a salir con pánico a la calle. Alzo la vista y veo a las nubes negras abrirse, y se cuela un resplandor que me ciega. Estoy paniqueado y tengo calambres en la quijada, pero mi mente confundida comienza a darse cuenta de lo absurda de la escena.
No recuerdo cómo he llegado a Monterrey.
- Estoy soñando. Estamos soñando.
Ella está en una silla, me mira, pero comienza a desvanecerse el color de su piel que cambia hacia una impecable palidez moribunda, la beso y recobra su color.
- Es mi sueño y puedo cambiar lo que quiera.
Ahora es una hermosa mujer delgada y pálida, en un paisaje sin caos. Y despierto.
- Pero si en Monterrey no tiembla, por esa onda de las placas tectónicas.
La gente comienza a salir con pánico a la calle. Alzo la vista y veo a las nubes negras abrirse, y se cuela un resplandor que me ciega. Estoy paniqueado y tengo calambres en la quijada, pero mi mente confundida comienza a darse cuenta de lo absurda de la escena.
No recuerdo cómo he llegado a Monterrey.
- Estoy soñando. Estamos soñando.
Ella está en una silla, me mira, pero comienza a desvanecerse el color de su piel que cambia hacia una impecable palidez moribunda, la beso y recobra su color.
- Es mi sueño y puedo cambiar lo que quiera.
Ahora es una hermosa mujer delgada y pálida, en un paisaje sin caos. Y despierto.
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