Llego a un camión que partirá
de la avenida Pino Suárez, en Monterrey, lleva mucha gente, voy a ver a Nico, un
hermano viajero, de Resistencia, Chaco, y a un marakame con mirada escrutadora. Me recuerdo de la mirada de aquel viejo en la sierra cerca de la costa oaxaqueña, el guardián de la aguas termales; de pocas palabras, mirada de brujo, movimientos cautelosos, hombre de a caballo.
Voy a que me sane del estómago. Me siento en sus piernas, me abraza por detrás, reza algo en su idioma y aprieta mi estómago, siento calor, sigue el rezo luego grito muy fuerte, él sigue apretando y liberando calor.
Voy a que me sane del estómago. Me siento en sus piernas, me abraza por detrás, reza algo en su idioma y aprieta mi estómago, siento calor, sigue el rezo luego grito muy fuerte, él sigue apretando y liberando calor.
Termina, sigo sintiendo caliente, quiero darle algo,
no tengo nada, le digo a Nico que me dé la dirección del marakame para enviarle algo o ir a
llevarle algo, me siento muy mal de no poder darle nada. El marakame me mira serio y
dice que sí.
Me van a buscar, me
siento con prisa pues me esperan para partir a otro lugar, me duele no quedarme
más con Nico. Me bajo, y se me atraviesa un carro, le pego en el cofre, luego
me voy corriendo impulsándome con las manos para ir rápido, y pienso que me han de ver
raro, pero me gusta ir rápido y las escapatorias, parkureo, trepo a unos edificios,
brinco de uno a otro…
Guadalupe, Nuevo León
2 septiembre 2014
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