Guadalupe, Nuevo León
31 de enero de 2003
31 de enero de 2003
Camino con pesados pasos sobre el pasillo alfombrado. Las pálidas paredes ostentan rostros vigilantes. Y en el estuche se concentran fulgúreas las palabras de Huxley, expandiendo la mente de quien las lee.
En la Gran Sala, la orquesta ensaya en gradas la Sinfonía Psicótica. La radiante Erato domina con virtuosismo un violoncello; su mirada magnética se cruza con la mía a través del cristal, y me sonríe con esa sonrisa enigmática poseedora de una verdad. Y Euterpe, rubia y delgada, despojada de su flauta, con un Amati sobre sus piernas, agita su mano al verme.
Doy la vuelta consiguiendo entrar a La Habitación De Los Cuadrados Parlantes Que Hablan Al Mismo Tiempo. Temen callarlos por miedo a los Exiliados en el Castillo de Euterpe. No importándome hago callar a dos. Fácil. Un instante después, la madre de los Exiliados entra a la habitación, y con tan sólo el índice les hace hablar imágenes.
Tengo la intención de dar unas arcadas sobre la graciosa forma de las cuerdas de intestino del Sumo Pontífice. Pero la madre quiere bailar.
Ahora sus manos rodean mi cuello, su cabelera enmarañada frente a la mía, sus piernas rodean mi cintura haciendo movimientos ascendentes y descendentes, al ritmo de la demencial sinfonía...
Un llamado a la puerta la detiene, justo cuando estoy por clavar mis dientes en su cuello. Y en corredor... invade un hedor sulfúreo...
En la Gran Sala, la orquesta ensaya en gradas la Sinfonía Psicótica. La radiante Erato domina con virtuosismo un violoncello; su mirada magnética se cruza con la mía a través del cristal, y me sonríe con esa sonrisa enigmática poseedora de una verdad. Y Euterpe, rubia y delgada, despojada de su flauta, con un Amati sobre sus piernas, agita su mano al verme.
Doy la vuelta consiguiendo entrar a La Habitación De Los Cuadrados Parlantes Que Hablan Al Mismo Tiempo. Temen callarlos por miedo a los Exiliados en el Castillo de Euterpe. No importándome hago callar a dos. Fácil. Un instante después, la madre de los Exiliados entra a la habitación, y con tan sólo el índice les hace hablar imágenes.
Tengo la intención de dar unas arcadas sobre la graciosa forma de las cuerdas de intestino del Sumo Pontífice. Pero la madre quiere bailar.
Ahora sus manos rodean mi cuello, su cabelera enmarañada frente a la mía, sus piernas rodean mi cintura haciendo movimientos ascendentes y descendentes, al ritmo de la demencial sinfonía...
Un llamado a la puerta la detiene, justo cuando estoy por clavar mis dientes en su cuello. Y en corredor... invade un hedor sulfúreo...